Dime, mar, qué te he hecho yo a tí. Siempre hemos sido grandes amigos, eras mi fuente de inspiración, eras un viejo amigo que me traía paz, un amor de verano al que esperaba ver con ansia cada mes de julio. ¿Dónde ha quedado todo eso? Ahora me miras con dureza, con indiferencia. Me has dado la espalda, te ríes de mí cada vez que agitas tus olas y las envías con frialdad a mis pies, lo sé. Me haces daño cada vez que veo los reflejos que arranca el sol a tu superficie irregular, hasta el punto de que no soporto mirarte en el momento más bello del día, al atardecer. Me miras como si escondieras algo, como si supieras algo que yo no, como si poseyeras aquello que yo más anhelo y lo apartaras de mí cada vez más. Solo cuando me adentro en tu inmensidad y me siento diminuta entre tus brazos y tengo la sensación de que soy la única persona que queda sobre la faz de la tierra, solo entonces veo tu lado más amable, quizás porque has conseguido lo que quieres: que me vea sola. Quizás sea eso lo que me hace daño de ti, que cuando me miro en tus aguas, en el reflejo solo me veo a mí misma, sin nadie más a mi alrededor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario